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sábado, 10 de marzo de 2012

Cómo mi madre me enseñó a usar las Redes Sociales

De niña viví en el Ensanche La Fe, un sector muy popular del Distrito Nacional de la República Dominicana. ¡Mi niñez fue bonita! Entre los vecinos existía una gran hermandad! Y nos tratábamos como familia. Recuerdo que llamábamos tío y tía a todo el mundo. ¡Sin duda eran otros tiempos!

De todo lo hermoso que viví en aquel lugar hubo una situación no tan agradable: En mi calle vivía una señora de la cuál se rumoreaba que crudamente vivía de su cuerpo. Si hoy en día la sociedad fustiga por esa razón imagínense en los años 80's.

Aquella era la mujer más bonita de toda mi calle y también la más joven entre las señoras. Tenía una hija dos años menor que yo y con ambas se socializaba poco. Con excepción de mi madre quién siempre las saludaba a ambas con mucho cariño.

La hija de aquella señora (de quien por obvias razones me reservo el nombre) fue de las mejores amigas que tuve en mi estancia en aquel lugar. Juntas vivimos grandes acontecimientos: desde que nos robaran su bicicleta frente a la Fábrica de Hielo Alaska el mismo día de Reyes en que su mamá se la había regalado. Hasta jurarnos con lágrimas que nunca en la vida nos cansaríamos de jugar con Barbie's.

De ella recuerdo que siempre iba a buscarme a casa sigilosamente por el callejón. Varias veces,  mi papá -miembro del MPD, revolucionario y anti-balaguerista-  y por ende chivísimo, se asustaba y le decía: "niña, me vas a matar de un susto". Porque ella nunca entró por la puerta principal de mi casa, era como si tuviera miedo de algo, porque así actuaba. Ahora sé que aunque nunca le pregunté los porqués ella sentía que podía ser rechazada...  y no era para menos.

De esa niña, igual que sobre su madre, existían todo tipo de historias: que era malcriada, que iba a ser prostituta igual que su madre, que robaba. Pero todas eran inventadas porque mi madre y yo, quienes sí teníamos contacto con ellas, no podíamos decir lo mismo. Por eso, cuando empezaban las críticas negativas contra ellas, siempre escuché a mi mamá mantener una postura bastante firme, defenderlas y hacer caso omiso.

Mi mamá decía que sin importar lo que se cuenta sobre una persona, quien realmente debe sentir vergüenza es quien tiene el mal gusto, la mala educación, la poca clase y la desvergüenza de hacer criticas demoledoras contra los demás. Y por eso sin importar el ruido y las críticas las puertas de mi casa siempre se mantuvieron abiertas para ellas dos.  Porque mi mamá y mi papá nos enseñaron que todo lo que tiene que ver con la vida de otra persona sólo le compete a esta y lo que es verdaderamente inaceptable es tratar de imponer nuestras reglas a los demás. Y quién no lo pueda entender y se entromete en detalles que no le incumben, es la persona tóxica de quien verdaderamente hay que cuidarse. 

Debido al volumen de usuarios con que cuentan las diferentes redes sociales y por su naturaleza pública y de acceso masivo, resulta muy fácil esparcir rumores por esa vía y encontrar personas que sirvan como canal para reproducir historias que comprometan la reputación de los demás.  Muchas veces estas personas se constituyen en grupos y predican con tanta vehemencia,  agudeza y hacen tanto ruido, que es difícil mantener una actitud objetiva de negación y rechazo. Porque por propia experiencia sé que cuando la difamación tiene muchas bocinas, aplicar la duda metódica, abandonar el rebaño y pensar distinto requiere hacer un esfuerzo superior.

Quién suscribe no cree en verdades absolutas y tampoco se define como fanática del método de Descartes, pero cuando en cualquier lugar la ola empieza a esparcir rumores, la mayoría de estos dejan de tener sentido cuando los paso por el filtro de la duda metódica. Por eso yo, trato de aplicar a cualquier ámbito lo que me enseñó mi mamá y simplemente no me sumo.

Creo que sin saberlo, en aquella época mi madre tuvo una gran visión sobre cómo actuar ante este gran auge de las olas, las redes sociales y entre quienes tienen en su lista de grandes "cualidades humanas"   el mérito, de siempre contar historias que comprometen el buen nombre y la reputación de los demás.